Highway to Hell, porque las carreteras en Rusia parecen eso mismo, carreteras hacia el infierno.
Y para empezar nos retrotraemos al pasado miércoles a las 8 de la mañana. Con mi maleta en la mano pongo rumbo a la universidad para tomar el autobús que nos llevaría a San Petersburgo. Y el viaje por Finlandia transcurrió sin mayores problemas, hasta que llegamos a la frontera.
Es la primera vez que salgo del Espacio Schengen, por lo que este ha sido mi primer paso por una aduana. Primero por la europea: Sin nada a destacar, nos bajamos del autobús, pasamos a la oficina a mostrar el pasaporte y de vuelta al autobús. 200 metros más adelante se encontraba la aduana rusa. Nos bajamos todos... y a esperar. La verdad es que la espera no fue tan larga como esperábamos, todos a la oficina, haciendo cola por orden alfabético para que Irina, Natalya, Yekaterina o como se llamara la tía comprobara nuestros visados y nos dejara pasar. Justo en la misma oficina hicimos el cambio de divisas, a unos 38,8 rublos por euro; total, 6511 rublos a cambio de 170€, en un billete de 5000, otro de 1000, otro de 500 y dos monedas. Creía yo que ahí acabaría la cosa, aunque pasamos un ratejo esperando a que revisaran el autobús,
Y tras pasar la verja, a una distancia equivalente a la separación de tres neutrones en un núcleo de Pu-238, nos encontramos con el primer pueblo ruso, Svetogorsk. A pesar de que al cruzar la frontera hicimos el cambio horario y viajamos una hora al futuro, al avanzar parecía que volvimos a los años 60. Los compañeros finlandeses se quejaban porque decían que dicha carretera era todavía la misma que había de cuando esos territorios eran parte de Finlandia, sin arreglar en absoluto, pues parece que las minas las ponían bajo el asfalto. Es muy cierto que algunos de los pueblos que nos encontramos por el camino se parecen muchísimo a los que ví durante mi visita a Miehikkälä.
Hicimos un alto en Rusia en una gasolinera. No hacía un tiempo muy agradable. A pesar de no ser frío, caía una especie de semi-nieve/semi-granizo que no había visto nunca. En dicha parada nos encontramos esto:
A 0,85€/L yo también le pongo gasofa de 98 a mi coche. Ah no, que ya lo hago. Pero mirad la cantidad de productos diferentes que hay: Biogás, 92, 95, 96, 98 y diésel. Y por el camino nos encontramos gasolineras que ofrecían hasta combustibles de 80 octanos.
La mayoría durmieron en alguna parte del viaje, pero yo fiel a la tradición me quedé mirando por la ventanilla todo el viaje, con el consiguiente dolor de cuello. Ello me permitió presenciar la locura que suponen las carreteras al otro lado del Telón de Acero. Las carreteras nacionales no tienen nada de especial, excepto unos arcenes excepcionalmente anchos. Si quieres adelantar, pones tu intermitente, el otro se echa un poco al arcén y el que viene de frente también, y adelantas. Pero íbamos en autobús, por lo que los adelantados éramos nosotros; y al hacer algo de viento lateral, el cacharro se movía hacia los lados. En una de estas que algún Yuri o Grigori en un Land Cruiser nos quiso adelantar sin mucho ojo, y en un bandazo de nuestro vehículo, el todoterreno casi se queda sin espejo derecho. Marge (Nuestra compañera estonia, la que me dió mucha conversación a lo largo del viaje, no la Simpson) y yo nos quedamos a cuadros.
Pero aparte de eso, ningún sobresalto especial; aparte de los muchos que nos llevamos por los cuasi-infinitos baches del camino. Hasta que llegamos a San Petersburgo. Hasta ahora conocía los atascos de Almería, que se solucionan con 10 minutos de música, o el infierno de la M-30. Pero al que se le ocurriera cerrar 3 carriles en un solo carril tenía menos luces que una bombilla fundida. Casi una hora en la que apenas avanzamos 50 metros. Al final llegamos sanos y salvos.
Y ahora toca la vuelta, el mismo camino pero del revés. Un atasco similar para salir de la urbe, un camino de cabras hasta Svetogorsk y aduana. El límite es de 1 litro de bebidas altamente alcohólicas por persona, así que la gente se redistribuía sus provisiones entre todas las maletas para pasar. Yo no podía hacer nada, Juanjo me encargó una botella de Vodka, así que ya tenía el cupo completo. Para los interesados, 320 rublos, algo menos de 9€. Sinceramente, no sé si abrieron las maletas para comprobarlo. Llegamos a la aduana y montamos cola tras los camiones que esperaban para cruzar, pero nos permitieron saltarlos. Bajamos y de nuevo a mostrar pasaportes. Yo me puse un poco nervioso, tardaron más en revisar el mío que el de los demás, y la buena mujer miró mi cara hasta 4 veces para comprobar si coincide con la del pasaporte, pero no pasó nada. Los que lo necesitaron, dejaron sus rublos en la misma oficina donde los consiguieron antes. A mi apenas me quedaban 13, así que los guardé. Nos dieron nuevas tarjetas de inmigración por si volvemos, pero nadie las quería y las tiraron nada más salir.
Una cosa que no sabía es que también hay tiendas de duty free en las aduanas terrestres, apenas a 30 metros más adelante. Nueva parada en la que conseguí un montón de chocolate muy barato.
Y avanzamos de nuevo hasta la frontera europea. Insisto en el detalle de frontera europea y no frontera finlandesa. Con el Acuerdo Schengen, no existen las fronteras interiores como tal, tan sólo límites políticos, así que la frontera es común a la UE y los países asociados al acuerdo que he mencionado. Nada especial de nuevo, nos bajamos a mostrar documentación, pero esta vez esperamos un rato, ya que pasaron al perro por todo el autobús, ya sabéis al perro que me refiero. Y volvimos a la civilización:
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